Ernesto «Finito» Gehrmann, uno de los basquetbolistas misioneros más laureados de la historia, cumple hoy 80 años y en conmemoración a su natalicio se celebra el Día Provincial del Deporte. El Territorio tuvo la oportunidad de entrevistarlo en un mano a mano para el recuerdo.
El obereño nació en la Colonia General Alvear el 7 de mayo de 1945. Hijo de inmigrantes alemanes, el trabajo y la conducta fueron sus principales artilugios. Pero Finito tenía algo que no todos tienen en la vida: osadía, o como bien dice el misionero ‘era mandado’. Así comenzó a desandar su camino.
¿Qué te unió a Posadas?
Mi papá había llegado de Alemania y se instaló en Trelew para después trasladarse a la zona de Leandro N. Alem donde conoció a mi mamá, quien también era alemana. Él se vino de la colonia a Posadas a trabajar en una empresa tabacalera -por Roque Pérez- que le dio una casa entre calles Alvear y Buenos Aires. Así que con 13 años de edad me tocó empezar el secundario en esta ciudad, más precisamente en la Industrial.
En ese tiempo tenía complejo porque era muy alto y todos se reían de mí en el instituto; era algo a lo que no estaba acostumbrado porque en la colonia todos me respetaban. Así que el primer día de clases le di una trompada a uno de los que me estaba molestando y cayó arriba de una mesa del taller de carpintería. Obviamente me echaron. Recuerdo que me fui llorando a casa y mis papás dijeron que lo iban a arreglar. Así me reincorporé al otro día y ya nadie más me jodió (entre risas).
¿En qué momento te encontraste con el básquet?
Tenía un amigo -Mario- que iba al club Tokio a jugar y siempre me insistía para ir a probar. Yo pensando en que me iban a cargar lo rechazaba, hasta que un día accedí y fui a ver el entrenamiento. Eso sí, lo veía desde lejos.
Así fue que el entrenador correntino Pelozo me vio, me llamó y ahí empecé sin saber nada. Me sentí tan cómodo dentro de la cancha de básquet que no lo dejé más. Hasta íbamos a jugar al mediodía con Luis Ayala y Chafi Caferata en la calle General Paz, en un aro que se montó en un árbol. Fueron tantas horas jugando que ese potrero me dio la virtud de llegar lejos a nivel mundial.
Los lungos generalmente eran duros, sin habilidad, pero yo era otra cosa. Me di cuenta de que la altura servía para algo.
¿Te vinieron a buscar de todas partes del país?
En la Industrial participaba de los intercolegiales enfrentando al Nacional, la Comercio y la Normal -por ejemplo- siempre con mucho público. Era una fiesta y hasta se suspendían las clases. Pero realmente en Tokio logré explotar mis habilidades hasta que fueron a buscarme clubes de Córdoba y de Buenos Aires.
Yo no quería irme, pero al final me faltaban tres meses para cerrar el ciclo en la Industrial y decidí unirme a Gimnasia de La Plata.
Ellos me dieron comida, casa, pasaje y una ayuda monetaria. Lo que sí es que cuando entré a la Industrial de La Plata -la segunda más grande del país- otra vez me miraban raro hasta que jugué para ellos y ganamos todo. Obviamente que andaba ancho por esos pasillos.
¿Empezaste a lidiar con la presión competitiva desde chico o es algo que no te importaba?
El público me gusta y nunca me generó presión. Con la gente siempre me relaciono y hay que tener paciencia cuando te vienen a pedir una foto o un autógrafo. Hoy las personas me paran, me saludan, me tocan bocina… todo deriva de lo que fui en la vida y estoy agradecido.
Jugaste seis años en Brasil, ¿cómo fue esa experiencia?
La diferencia monetaria la hice allá. Gracias a ese dinero pude comprarme muchas cosas acá, como terrenos. Había una diferencia de moneda que me beneficiaba.
En San Pablo jugaba en Palmeiras -en ese momento bicampeón del mundo- y trabajaba en una empresa inmobiliaria como relacionista público. Era muy popular porque fui el primer extranjero que jugó allá saliendo goleador y hasta Brasil me quiso naturalizar sin éxito.
¿A qué se debió el lugar preponderante que te ganaste en la historia de la selección argentina?
Mi debut fue en Cosquín, en un Sudamericano, y recuerdo que fueron a verme varios misioneros. Entré en un partido contra Paraguay y marqué 24 puntos, siempre desde el banco y como pieza de recambio. Desde esa noche nunca más me sacaron del quinteto titular hasta mi último partido con la selección argentina.
Fuiste mucho tiempo máximo goleador histórico de la Selección en mundiales hasta que te superó Luis Scola en el 2010. ¿Hablaste con él después de eso?
Le saludé una vez que vino a Foz de Iguazú, pero así nomás, no fue mucho el trato. Siempre lo voy a discutir al récord porque Scola jugó tres mundiales hasta 2010 y en mi caso sólo me sumaron dos, pero con promedio de 24 puntos por partido. Él tenía una marca de 17 con más partidos.
Me molestó un poco porque era un título más que tenía y además nadie dice que lo mío se logró con un mejor promedio. Nunca se hablaba de esto.
Recibiste dos grandes ofertas importantes del exterior. ¿Te arrepentís de no haberlas aceptado?
Con 18 años debuté en la selección argentina en el Sudamericano de Cosquín, aunque realmente fue a los 21 cuando jugué el Mundial de Montevideo y me llegó una oferta de la Universidad de Denver en Estados Unidos para unirme a la NCAA que la terminé rechazando. Ahora me arrepiento, pero antes era irme para quedarme allá prácticamente sin comunicación. Tal vez me salía bien, nunca lo sabremos.
Terminé pasando a Palmeiras de Brasil e intercalé partidos con la Selección. En ese marco se dio otro momento determinante. Y es que una vez jugando en el Sudamericano de Bogotá vinieron a verme desde Estudiantes de Madrid para hacerme una propuesta que la analicé porque había ido cinco veces a jugar allá en distintas giras.
Les dije que tenían que arreglar con los dirigentes de Brasil y a los 20 días llegaron el técnico y el presidente del club español para hablar con el mandamás. Al final Palmeiras igualó la oferta y me quedé. Otro acto fallido, otra mala decisión en mi carrera. Irme a jugar en esos lugares iba a darme prestigio, pero no lo pensé.
Te iniciaste y te retiraste en Tokio. ¿Qué significa el club en tu vida?
Tengo que reconocer que fue mi segundo hogar. Cuando tuve que ir a jugar a otro equipo en lugar de complicarme la vida me ayudaron, me desearon suerte y cuando volví me homenajearon. Son cosas que valoro mucho y a Tokio lo quiero sin importar los dirigentes que fueron pasando. Hoy está mi amigo Fulquet (Nicolás) y sé que me quiere mucho. Cuando puedo voy a ver los partidos.
¿Te gusta mirar partidos por la tele?
Miro, pero siento que los torneos de acá intentan copiar el formato de la NBA donde se busca un astro por equipo y parece que hay que jugar para él. Tiene que ser figura, goleador. Siento que no se aprovecha la situación del partido y apuestan al juego individual, sin dudas es un espejo de la liga estadounidense con la diferencia lógica de jugadores.
Por eso me gusta mirar el básquet europeo, porque juegan en equipo. Allá están Laprovíttola (Nicolás) y Campazzo (Facundo) y si se les ocurre jugar de manera individual los sacan. Los armadores cumplen un rol clave.
El básquet es como todo en la vida, tiene sus momentos y hay que manejarlos. Las figuras no siempre están bien y hay que tener alternativas.
¿Encontrás diferencias entre el básquet de las décadas del 60 y 70 con el actual?
La diferencia está en la condición física del jugador. Ahora cualquiera hace una volcada y antes no lo hacía nadie. Hay potencia física, una alimentación especial, gimnasios de por medio.
Mi primer profe fue un brasileño -López- que venía a Misiones y me preparaba en casa una comida especial con leche para mi desarrollo. Con la comida que hacía mamá no era suficiente y aún más sabiendo que era joven y alto. Hoy hay complementos y cada equipo tiene sus nutricionistas.
El anfiteatro Manuel Antonio Ramírez se inauguró en 1962 con un Campeonato Argentino de selecciones provinciales, ¿deseabas jugarlo?
Era adolescente, tenía 13 años, y recién empezaba en el básquet. La selección misionera entrenaba bajo las órdenes de un técnico porteño en el Unión y siempre iba para allá porque si faltaba uno jugaba con los grandes. Obviamente que me costaba.
El Campeonato en el Anfiteatro era una fiesta muy importante por tratarse de la participación de todas las provincias del país. Pero ocurrió que Yamaguchi -el fundador de Tokio- andaba mal de la rodilla y cuando iba a empezar el torneo se embromó más y no pudo jugar. Entonces me llamaron y me pegué tal susto que me fui a Oberá a esconderme por tres días hasta que empezó el Campeonato.
La yerba mate fue su aliado en Buenos Aires y en otros países. ¿Tuviste inconvenientes por llevarla a todos lados?
La respuesta es sí (entre risas). Tengo dos anécdotas concretas con el mate. Una vez estábamos en Yugoslavia por un torneo y compartiendo habitación con un jugador de River pedimos agua caliente en la recepción. Cuando golpearon la puerta aparecieron con una tina para bañarnos.
En otra oportunidad fuimos en avión con la selección a un Panamericano en la ciudad canadiense de Winnipeg. Recuerdo que los micros esperaban y yo bajé en el aeropuerto con varios kilos de yerba porque nos quedábamos casi un mes.
La policía me hizo romper un paquete a pesar de que les decía que era ‘tea’ (té). Estuve mucho tiempo parado mientras el plantel me apuraba, sólo faltaba yo. Es que no me iba a ir sin yerba y aguanté hasta que me dieron el OK. El tema es que todos se enteraron y la yerba se me fue enseguida.
Hasta Eduardo Cadillac -reconocido basquetbolista bonaerense- aprendió a tomar mate conmigo.
¿Qué consideras que hiciste para no sufrir lesiones graves en un básquet totalmente físico como el del siglo pasado?
Hay que fortalecer los músculos. Siempre complementé el ejercicio con pesas y gimnasio, de hecho hasta hoy lo hago. Es un complemento necesario. Hoy con mi altura si no hago deporte se me puede complicar, por eso trato de no quedarme sentado y voy a caminar la Costanera, el centro de Posadas.
Tuve la suerte de no tener problemas de rodilla. Jugar en mosaico era una cosa muy distinta a hacerlo en el parquet brasileño allá por 1971. Después de ese cambio nunca más me torcí el tobillo.
Pienso que también tiene que ver la alimentación. Además no tomo alcohol y tampoco fumo… en casa de mis papás hasta fumaban los perros. No quise eso.
¿El newcom es tu otro cable a tierra?
Como tuve problemas en la visión -desprendimiento de retina-, me prohibieron saltar y hacer movimientos bruscos. Así llegó el newcom a mi vida, que es un deporte mucho más pasivo.
Además lo practico porque es como darle continuidad a la carrera de basquetbolista. Me obliga a entrenar, a competir y a viajar.
Sos leyenda del deporte, ¿te ves así?
Por lo que hice deportivamente para el país y los 21 torneos que jugué para Misiones pienso que el reconocimiento está bien… hoy todos me conocen por la altura y me piden fotos. A veces me tengo que escapar porque es una molestia, pero me genera un gran orgullo lo que sigue pasando.
¿Qué legado dejás?
El legado que dejo es la constancia. Siempre le digo a los chicos que hay que tener constancia. Puede que al principio no te salga, pero hay que insistir y darle para adelante.
Perfil
Ernesto ‘Finito’ Gehrmann
Exbasquetbolista
Nació en Oberá y actualmente tiene 80 años de edad.
Se desempeñó en el puesto de pivote en el básquet profesional debido a su altura de 2,11 metros y jugó profesionalmente para Tokio de Posadas, Gimnasia de La Plata y Palmeiras de Brasil. Además, es reconocido como el primer jugador argentino en recibir una oferta para jugar en la NCAA de Estados Unidos, más precisamente en la Universidad de Denver, Colorado.
Finito formó parte de la selección argentina entre 1966 y 1978 disputando casi 100 partidos, dos mundiales, tres Panamericanos y seis Sudamericanos (ganó títulos en 1966 y 1976). Además fue máximo goleador histórico de la Albiceleste en copas del mundo con 331 puntos hasta 2010, cuando fue superado por Luis Scola.
Debutó en Tokio en 1958 y se retiró a los 45 años en el mismo club en 1989.
En el año 2000 fue destacado como el deportista del siglo por el Consejo de Deportes de Misiones, además de ser nombrado Ciudadano Ilustre en 2013 y prestar su nombre para el polideportivo posadeño inaugurado en 2015.
Hoy es administrador de propiedades y vive en Villa Sarita junto a su esposa Ana María Estrada.
Además, tiene dos hijos (Ernesto y Andrés) y nietos.
Fuente: Cristian Avellaneda, El Territorio.