No es un partido más el que jugará River este lunes desde las 19.15 en el Cilindro contra Racing. Porque puede ser el último del año. Porque está en juego su 2026 y el de muchos protagonistas. Porque está en juego la participación en la Copa Libertadores, con las implicancias competitivas y económicas que tiene ese boleto. Porque son 90’ ó 120’ que no dan revancha. Porque ganar puede representar un corte al sangrado ya eterno de este final de un 2025 decepcionante y un cambio de energías para encarar este nuevo mini torneo. Porque perder sería otro golpe de nocaut para una temporada en la que vivió en la lona. Porque es un clásico.
Sí, es especial. Pero más especial será, si eso fuera posible, para Maximiliano Salas y para Marcos Acuña. Dos jugadores que, como Juanfer Quintero, pasaron por Avellaneda, que debieron afrontar la reprobación del público racinguista al firmar con River y que, además, son de los futbolistas a los que más necesitará Marcelo Gallardo en sus mejores versiones para remontar este barrilete de plomo.
Aunque la llegada de Quintero a mitad de año no gustó en la Academia por aquel pacto de caballeros que se desvaneció antes de lo que esperaba la CD de Diego Milito, el foco estará especialmente puesto en MS7 y en el Huevo por distintas razones. Para el delantero será la primera vez en el Presidente Perón con la Banda roja después de la traumática ejecución de su cláusula de rescisión; para el campeón del mundo, que ya jugó de visitante contra su ex club hace un año y fue reprobado por la gente, el escenario pinta de mayor hostilidad por el final caliente del último cruce en Rosario por los cuartos de final de la Copa Argentina.
“Empezamos a estar mal este año ya cuando el otro club que no quiero nombrar, que no es el de al lado, nos lastimó mucho en la pretemporada. Nos dividieron”, dijo el sábado en un evento Gustavo Costas en referencia a River y al proceso por el cual Salas rompió su contrato.
Las declaraciones del entrenador no solo dan cuenta de la escalada de pica que tomó en el último tiempo la relación entre las instituciones sino que la herida futbolística y sobre todo energética por la salida de uno de sus jugadores fetiche sigue abierta. “El que no salta es un traidor”, le gritaron los hinchas en el Gigante de Arroyito al delantero, que no se inmutó y que fue respetuoso, tanto en sus declaraciones (con únicos dardos a la dirigencia) como dentro del campo: no solo no gritó el gol con el que River ganó el mano a mano del 2/10 sino que hasta tuvo gestos de cariño para con muchos de sus ex compañeros, con quienes sigue siendo amigos en algunos casos.
Aún así, es esperable que no lo reciban bien las decenas de miles de racinguistas que colmarán el Presidente Perón tras la luz verde de Aprevide para levantar la sanción sobre el estadio. Aunque al que seguramente le espere un clima más hostil en más de un sentido sea a Acuña: el campeón del mundo, que al regresar al país para jugar en el CARP apuntó contra la CD que por entonces comandaba Víctor Blanco (“Solo me llamó River: los dirigentes de Racing se manejaron muy mal. Me ensuciaron a mí y a mi familia”) terminó en el centro de la escena en el final picante de la llave de Copa Argentina.
Los hinchas de Racing, varios de sus futbolistas e incluso parte del cuerpo técnico con los hijos de Costas a la cabeza entendieron que el Huevo los provocó haciendo jueguitos con la cabeza en los últimos minutos del derbi: dentro del campo lo fueron a buscar y Adrián Balboa, en un gesto lamentable que le valió tres fechas de suspensión (y que derivó en un pedido de disculpas en Instagram en el que no nombró a Acuña), lo escupió.
Sí, así llegan dos de los tipos en los que River deposita buena parte de sus posibilidades para salir adelante de esta crisis interminable: aún con rendimientos irregulares en las últimas semanas, Gallardo necesita mucho de los dos. En Rosario ya fueron decisivos (ellos dos y Colidio armaron la jugada del 1-0). Ahora van a ser visitantes de verdad…
