Los argentinos somos los grandes inventores del dulce de leche, la birome y los silbidos a Lionel Messi. Si desde las tribunas, desde las redes y desde el periodismo se maltrató a uno de los mejores (acaso el mejor) de la historia del fútbol mundial está claro que de ahí para abajo no hay cristiano que se salve de la picadora de carne.
Y ahí anda Marcelo Gallardo, el técnico más ganador de la historia de River (acaso su máximo ídolo). Un Gallardo que, ya es más que evidente, no le encuentra la vuelta a un plantel que él mismo armó con desembolsos millonarios y que atraviesa una crisis futbolística inédita en el banco de Núñez.
Por caso, el domingo, los hinchas insultaron a viva voz a los jugadores por la terrible sumatoria de catástrofes que atraviesan: quedar fuera de la Libertadores en semifinales y en cuartos de final, perder una final por penales contra un casto Talleres, ser eliminado por Platense, caer en fila ante Atlético Tucumán, Riestra, Central y Sarmiento, comprometiendo de esta manera su presencia en la próxima Libertadores.
Es verdad que el equipo transmite las emociones de un paquete de Criollitas y que desde que Gallardo volvió hace poco más de un año el juego no fluye ni fluyó, pero, ¿está tan mal River para que los hinchas estallen de esa manera y entonen un cantito que en el Monumental no se escuchaba desde el 2013? ¿Es justificado el enojo? ¿Muchos de los que insultaron habrán sufrido los 18 años sin títulos? ¿Habrán visto a River jugar los sábados contra Boca Unidos, a Gerlo de 9 o a algunos de sus pares con caretas del Ogro Fabbiani? ¿Es un hartazgo fundado o es un berrinche de niño generación de cristal que revolea el joystick de madrugada porque perdió al FIFA y maneja baja tolerancia a las derrotas? ¿Es la exigencia lógica de un gigante como River o es el tremendo drama del burgués que maldice su destino porque no puede viajar a Europa y debe conformarse con vacacionar en Punta o Mar de las Pampas?
Lo cierto es que, obviamente, los insultos salpican al entrenador: él es el arquitecto de este edificio al que se le mueven los cimientos y se le llenan las paredes de humedad.
Para colmo, todo indica que este River sufrirá nuevas derrotas ante cualquier equipo que le patee (o le cabecee) una vez y que, por más que esté a dos partidos de la Copa Argentina, el año del Muñeco pinta complicado en cuanto a vueltas olímpicas en un fútbol argentino del Chiqui Tapia que hoy tiene a Barracas Central y a Deportivo Riestra como grandes exponentes de seriedad, gestión y conducción.
“Si el técnico no fuera Gallardo, ya lo hubieran rajado”, se escucha a tantos como si anunciasen la verdad revelada, pero no es más que una obviedad: por supuesto que es así. Y precisamente ahí está el núcleo del asunto. Porque si hay alguien que se ganó ese derecho, ese crédito mucho más blando en el banco de River, ese es Marcelo Gallardo.
El Muñeco es el principal responsable de este momento fulero pero, también, es el principal responsable de que River se haya acostumbrado a ser protagonista en la Copa y la vara esté bien alta. Si hoy el club puede gastar millones en Castaños se lo debe, también, a su entrenador. Si hoy River tiene el estadio que tiene es, en buena parte, por todo lo que construyó ese señor. Si hoy un hincha de River, de esos pep guardiolas que abundan en las redes, puede responderle a uno de Boca (te fuiste a la B, te moriste en Madrid) es por obra y gracia de Marcelo Gallardo.
Difícilmente el Muñeco repita lo conseguido en su paso anterior. Aquello fue extraordinario. Lo normal es este “competir” que tuvo River en la Libertadores en los últimos tiempos (quedar afuera en semi, en cuartos). No alcanza más que con repasar la historia: antes de Gallardo, en 54 años (de 1960 a 2014), el club tenía dos Libertadores en sus vitrinas (con Gallardo, en tres años, logró la misma cantidad).
Por eso, si hay alguien que merece tiempo y paciencia, ese es Gallardo. Y no solo él. También lo merece su equipo, su obra (aunque por ahora no sea más que ese edificio de paredes agrietadas y llenas de humedad). Y por más que pierda mil a cero ante Boca con 997 goles de chilena de Cavani y tres goles olímpicos de Barinaga, aunque no clasifique a la próxima Libertadores (la zanahoria siempre del DT) a manos del tan humilde y honrado Riestra, nada debiera salpicar este regreso. Ni siquiera lo principal del fútbol: los (malos) resultados.
Gallardo metió a River en este berenjenal y nadie más indicado que Gallardo para sacarlo. Él sabrá hasta cuándo tirar de la soga. Nadie más ganador ni más exigente que el técnico actual de River. Ni siquiera esos pep guardiolas de las redes sociales que no pierden nunca.