En algo no ha cambiado: poner la cara -golpeada-, hacerse cargo de no haber estado a la altura, incluirse cuando dice que “este momento no es para cualquiera” y qué habrá que ver quiénes están preparados para afrontarlo. Y cuando Marcelo Gallardo dice que “lo tendremos que atravesar solos”, suena más a una reflexión genérica sobre los que se borran en la derrota.
¿Quién más los habría dejado solos? Los hinchas siguieron llenando el Monumental y acompañando; el viernes se empaparon en Córdoba. La dirigencia gastó una fortuna en jugadores…
Aunque sí es en soledad, la soledad de su intimidad, delante del espejo, él frente a sí mismo, que este inédito Gallardo deberá reflexionar.
En las épocas de su bien ganada gloria, él era la figura del equipo. Aun con muy buenos jugadores que hicieron historia, él era el que no podía faltar. Es lógico que ahora, con un equipo débil y lánguido mendigando puntos en el final de la temporada, las miradas también vayan sobre él.
Sus fortalezas eran su gestión del plantel, su lucidez para anticipar partidos y hacer cambios sobre la marcha y su capacidad para transmitir un espíritu competitivo voraz. Lo que antes era sacar lo mejor de cada futbolista, hoy es al revés: se extraña al Galoppo de Banfield o el Borja de Demichelis.
Parece haber perdido ascendiente y credibilidad entre sus jugadores; lo que era palabra sabia hoy es acertijo. Y del temple, ni hablar. La flojedad de mandíbula, la endeblez emocional, son otra marca del actual River de Gallardo.
Él tendrá que aplicarse a sí mismo aquel rigor de exigencia, repasar cómo está eligiendo jugadores, cómo arma equipos, qué mensaje hace llegar y cuál no logra que llegue; qué hacía y dejó de hacer, o qué hace ahora como si estuviera todavía en 2018 cuando pasaron ya siete años.
Pensar con claridad y, después, como él mismo dijo, “tomar las decisiones que haya que tomar”, una frase muy amplia y que no excluye nada.





